Las banderas de nuestra lucha

Cuando el sábado 16 de noviembre, la familia de Sheyla Condor encontraba por propia mano el cuerpo de su hija, descuartizada dentro de una maleta, en el departamento del suboficial de la PNP Darwin Condori, el país volvió a mirar con absoluta nitidez, todos los elementos que componen la barbarie de la violencia machista.

Una historia repetida

En esencia, el feminicidio de Sheyla Cóndor no es distinto a otros casos. Sheyla era una mujer joven (tenía 26 años). Asesinada por un hombre que, siendo policía, se supone representaba la ley. Una persona que debería cuidar a otras, pero que utilizaba su poder para dañar.

Esto mismo le sucede a miles de mujeres violadas, golpeadas, insultadas y otras, asesinadas, por sus parejas o exparejas, incluso familiares directos (padres, tíos, primos…) … aquellas personas que supuestamente las aman o las han amado, son sus principales victimarios.

Por su parte, las instituciones del Estado, con su inacción y prejuicios machistas, abonan a la violencia. Con Sheyla, la policía falló, por espíritu de cuerpo y por prejuicio, al negarse en dos ocasiones, una en Santa Anita y la otra en Comas, a atender la denuncia de desaparición que presentaron la madre y el padre de Sheyla.

Pero también la justicia falló. Pues teniendo denuncias por violación, el suboficial PNP Darwin Condori seguía en su puesto en la comisaría de Santa Luzmila. Libre para continuar abusando de las mujeres, y finalmente asesinando a Sheyla Condor.

No debe extrañar, pues, que en este contexto, una gran parte de las mujeres que sufren violencia, o se encuentran en peligro de ser asesinadas por sus parejas, exparejas, etc., no acudan a la policía a denunciar, y prefieran callar, o buscar las salidas que tengan al alcance.

Violencia creciente

Y es que, con 170 feminicidios registrados (13% más que en 2023) y 7097 notas de alerta de mujeres desaparecidas (un incremento de casi 37% respecto del año anterior), el 2024 se ha convertido en el año más violento contra las mujeres en lo que va del siglo, tomando en cuenta, además, que en el país el feminicidio se sanciona como tal, solo desde 2013.

FEMINICIDIOS ENTRE 2013 – 2024
20131312019148
2014932020137
2015842021141
20161072022147
20171312023146
20181502024170

Estado (patronal) feminicida

Puede parecer contradictorio, pero es bajo el gobierno de la primera mujer en ejercer la presidencia, que nuestras vidas han estado más amenazadas. Esto, en medio del incremento de la violencia criminal (que necesariamente incluye la trata de personas, una enorme mayoría de ellas, mujeres obligadas a prostituirse), y la más absoluta incapacidad del Estado para hacer frente a esta problemática.

En el presupuesto 2023 y 2024, el gobierno ha destinado en promedio el 0,30% del mismo para la lucha contra la violencia hacia las mujeres. Ese es el mayor indicador de cuánta importancia le están dando al problema, que la OMS define como pandemia.

Y no podía ser de otra forma, si hasta en el Congreso de la República se compran votos con favores sexuales, convirtiendo a mujeres en piezas de pago por decisiones políticas. Y cuando corren el riesgo de ser descubiertos, las asesinan a balazos, en plena calle, tal como ocurrió con Andrea Vidal, ex trabajadora del Congreso implicada en el caso de la red de prostitución creada por el Jefe de la oficina legal y constitucional del Congreso, Jorge Torres.

Para acabar con la violencia hay que luchar

Y es que la opresión de la mujer, de la cual la violencia machista y el feminicidio son su expresión más brutal, es funcional al dominio capitalista, razón por la cual los gobiernos son incapaces de darle solución.

A diferencia de lo que proponen las feministas burguesas, con sus ONG’s y sus partidos reformistas, no será ganando elecciones y proyectos de ley, que lograremos poner fin a la violencia machista y la desigualdad de la mujer.

Sí, debemos exigir más presupuesto para las acciones contra la violencia hacia las mujeres y muchas cosas más. Pero el único camino que muestra la historia que ha logrado imponer las demandas de quienes sufren opresión y explotación es el de la movilización masiva. Y en esa movilización contra la violencia machista, los feminicidios, las violaciones y un largo etc., nos encontraremos en unidad de acción con todas las mujeres.

Ese camino que abrió la gran marcha “Ni una menos”. Sin embargo, ese movimiento fue cooptado rápidamente por las instituciones del Estado, con el silencio cómplice de las ONG’s feministas. Y fue convertido por las marcas comerciales y demás herramientas del capital, para limar su filo combativo, en un paseo más.

Por eso, dentro de esa lucha, las mujeres trabajadoras y pobres debemos organizarnos y levantar, además de las banderas ya planteadas, la lucha contra la brecha salarial (menor pago al realizar los mismos trabajos que los hombres), que en el Perú es de 27% y es usada por los patrones para empujar a la baja los salarios, y somete a las mujeres trabajadoras a la miseria. Y contra los despidos masivos, que nos afectan a nosotras, a nuestras hermanas, madres o amigas, pues las mujeres somos las primeras en ser echadas a la calle cuando las empresas deciden despedir.

Lo mismo en la lucha contra el hambre, que se cierne sobre nuestras familias, desde los comedores populares y las organizaciones barriales. Y por supuesto, por la remuneración del trabajo del hogar, que en la actualidad equivale aproximadamente al 20% del PBI, realizado mayoritariamente por mujeres sin recibir nada a cambio, más que opresión.

Todas estas demandas, deben llevarnos a la movilización, y en ella, a encontrarnos con nuestros compañeros, hermanos, padres, tíos y primos, trabajadores y pobres como nosotros, para enfrentar al gobierno asesino y al Congreso corrupto, sin depositar ninguna confianza en la policía y la justicia machistas, para conquistar en las calles nuestro derecho a una vida digna, sin violencia ni feminicidios, donde podamos ser, como dijo Rosa Luxemburgo, revolucionaria y socialista polaca, económicamente iguales, humanamente diferentes, y completamente libres.

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