Por Wilson Honório da Silva
Petrogrado, madrugada del 26 de octubre de 1917. “Lenin, de pie (…), haciendo que sus diminutos ojos brillantes recorrieran a todos los presentes mientras esperaba, pareciendo desatento, la larga y ruidosa ovación que lo saludaba (…). Cuando esta hubo terminado, él dijo simplemente: ‘¡Eso es todo, camaradas! ¡Pasemos ahora a la construcción del orden socialista!’.
Así describe el periodista estadounidense John Reed, en Los diez días que estremecieron al mundo, el momento en que, en el II Congreso de los Soviets (“consejos”) de diputados obreros, soldados y campesinos, el dirigente del Partido Bolchevique confirmó la toma del poder por los Soviets de Toda Rusia, que tuvo lugar en la víspera, 25 de octubre (o 7 de noviembre, según el antiguo calendario ruso), con la toma del Palacio de Invierno.
Por primera vez en la historia, el poder de todo un país estaba en manos de la clase obrera, aliada a campesinos y soldados. Manos completamente distintas de aquellas que, sin derramar ni una gota de sudor, se apropiaban de la riqueza, a partir de la explotación y la opresión del pueblo.
“Rostros ásperos, magullados por el invierno, manos pesadas y agrietadas, dedos amarillentos por el tabaco, botones caídos, cinturones sueltos y botas largas ásperas y mohosas. La nación plebeya, por primera vez, envió una representación honesta, hecha a su imagen y sin retoques”, así calificó uno de los principales dirigentes de la Revolución de Octubre, León Trotsky, a los delegados y delegadas allí reunidos.
Ese 25 de octubre, el Dien, uno de los periódicos bolcheviques, publicó el titular “¡Todo el poder a los soviets de obreros, soldados y campesinos! ¡Pan, Paz y Tierra!”, haciéndose eco de los gritos que durante meses se habían apoderado de las calles de las principales ciudades y de las zonas rurales de una Rusia devastada por el hambre, la pobreza y las pérdidas y sufrimientos causados por la Primera Guerra Mundial (1914-1918), alimentada por la codicia imperialista y su necesidad de dividir el mundo según los intereses burgueses.
El comienzo de la Revolución: mujeres en lucha pusieron en marcha la Revolución
En aquella época, en comparación con otras potencias europeas, Rusia, un país con alrededor de 150 millones de habitantes, era un Imperio atrasado, gobernado por un monarca (el zar Nicolás II), de mayoría agraria, y donde reinaba la servidumbre, el analfabetismo, la pobreza y las costumbres y tradiciones medievales.
Sin embargo, ya insertada en el capitalismo mundial, también contaba con una burguesía, que, parasitaria, vivía a la sombra de la nobleza y sumisa al imperialismo internacional. Del otro lado del “frente”, había una clase trabajadora en crecimiento que había demostrado durante mucho tiempo su combatividad, con una vanguardia importante que había abrazado los ideales socialistas.
El 8 de marzo de 1917 (23 de febrero, en el antiguo calendario ruso), una huelga de obreras en Petrogrado movilizó a más de 400.000 mujeres, por mejores condiciones laborales y contra el hambre y la participación en la Primera Guerra, que consumía millones de vidas.
Impulsada por esta heroica lucha, la agitación revolucionaria estalló en los lugares de estudio y trabajo, tomando las calles e incluso ganándose la simpatía de los soldados, que se unieron a ellas. La fuerza de los levantamientos insurreccionales hizo que el ministerio zarista se desmoronase, aislando completamente al zar Nicolás II, quien finalmente se vio obligado a renunciar el 27 de febrero.
Incluso de forma desorganizada, el poder migró del Palacio Imperial a las calles y la única salida para la burguesía, en un intento de mantener un mínimo control, fue establecer un Gobierno Provisional basado en la Duma (el Parlamento ruso) y teniendo al frente a los demócratas constitucionalistas (llamados “kadetes”, por la sigla en ruso), un partido burgués liberal que defendía un régimen monárquico constitucional.
El surgimiento de los Soviets y las “Tesis de Abril”
La burguesía y los reformistas que pasaron a darle apoyo pretendían estabilizar, así, la situación. Sin embargo, en medio de los levantamientos, campesinos, obreros y soldados rusos habían rescatado el principal legado dejado por una revolución anterior, la de 1905: los Soviets (o consejos) de Diputados Obreros y Soldados.
Primero, en Petrogrado, luego en todos los rincones del país, en un proceso que culminó con la creación del Comité Ejecutivo de los Soviets de Toda Rusia, que, en la práctica, creó una situación de “poder dual” en el país, ya que el Gobierno Provisional pasó a depender de su aprobación para implementar la mayoría de sus resoluciones.
Lenin y la revolución: “La tesis para la reconstrucción del mundo”
En su exilio en Suiza, Lenin se dio cuenta de que había llegado el momento de regresar al país. Cruzó Europa, clandestinamente, en un tren, y desembarcó, el 3 de abril, en Petrogrado, llevando bajo el brazo un discurso que cambió literalmente el curso de la historia y que, más tarde, pasó a ser conocido como las “Tesis de Abril”.
En sus diez puntos, Lenin atacó a los mencheviques y a los socialrevolucionarios, que dirigían la mayoría de los soviéticos y apoyaban el Gobierno Provisional; denunció su carácter capitalista, pidió que no se le diese ningún apoyo, lo calificó de tan imperialista como el régimen zarista, y exigió una salida inmediata de la guerra; defendió la nacionalización de industrias y bancos, así como la expropiación de las tierras por el Estado y lanzó la consigna que definiría el rumbo de la Revolución: “Todo el poder a los Soviets”.
Atacadas por mencheviques y eseristas, las Tesis, en un principio, también recibieron la oposición de dirigentes bolcheviques, como Kamevev y Stalin, lo que abrió una intensa polémica, pues ellos avanzaban hacia una política de apoyo vergonzante al Gobierno Provisional.
De julio a octubre: el partido bolchevique y la victoria de la Revolución
En julio, el Gobierno Provisional desató una ola represiva contra el movimiento que había organizado una fuerte jornada de luchas. Fuerte, pero aún insuficiente para que los soviets tomasen el poder. Los bolcheviques fueron duramente reprimidos. Se cerraron sus imprentas y su sede, se prohibieron sus periódicos y sus dirigentes fueron encarcelados (como Trotsky) u obligados a huir, como Lenin.
Con el consiguiente debilitamiento de los bolcheviques, Kerensky, que había asumido el cargo de primer ministro en agosto, intentó detener el proceso revolucionario y, simultáneamente, ganarse el apoyo del imperialismo y de la burguesía, nombrando al “kadete” y general Kornilov en el comando del ejército.
Kornilov, sin embargo, protagonizó sucesivos fracasos en el “frente” y, finalmente, intentó promover un golpe de Estado, cuya resistencia y derrota fue liderada por los bolcheviques. Fue en este momento cuando el partido ganó un inmenso prestigio, ya que tomó la iniciativa de la defensa de la revolución, mientras el gobierno de Kerensky estaba paralizado. Además de derrotar a la contrarrevolución, los obreros liberaron de la prisión a todos los presos políticos.
Así, el 4 de setiembre, Trotsky asumió la presidencia del Soviet de Petrogrado y, junto con Lenin, los bolcheviques comenzaron a organizar la toma del poder. La fecha elegida fue el día 25, cuando comenzaría el II Congreso de los Soviets, perfecto para concretar el llamado de “Todo el poder a los Soviets”.
Momento decisivo: el grito de “Todo el poder a los Soviets” resuena en el interior del Palacio de Invierno
Poco después se formó el Comité Militar Revolucionario que, bajo el comando de Trotsky, asumió todas las decisiones relativas a la insurrección, que comenzó con la ocupación de edificios públicos, la infraestructura de transporte y comunicación, los fuertes y los cuarteles.
Cuando se celebró el Congreso de los Soviets, los delegados se involucraron en un acalorado debate. Los mencheviques y socialistas revolucionarios exigiían el fin de la insurrección en curso, diciendo que si el gobierno era derrocado, los bolcheviques no permanecerían en el poder por más de unos pocos días.
Por otro lado, los bolcheviques y sus aliados socialistas revolucionarios de izquierda insistían en que había llegado el momento. Una posición que fue refrendada con la elección de una nueva dirección para el Comité, en el que los alguna vez minoritarios partidarios de Lenin formaban ahora una mayoría.
“De repente, se escuchó una voz nueva y más profunda, que dominaba el tumulto de la asamblea. ¡Era la voz sorda de un cañón! Todos los ojos se volvieron ansiosamente hacia las ventanas. Una especie de fiebre ardiente dominó la asamblea”, describió John Reed, refiriéndose a los disparos realizados por el acorazado Aurora, dando la señal para la toma del Palacio de Invierno.
Kerensky ya había huido y los pocos ministros que quedaban fueron detenidos por Antonov-Ovseenko, el bolchevique que comandó la toma del Palacio. La insurrección había triunfado.
Las conquistas del gobierno soviético
Por primera vez en la historia, la gran mayoría de los explotados y oprimidos tenía en sus manos el poder económico y político, consolidado en lo que llamamos la dictadura del proletariado. Los medios de producción habían pasado a manos de los trabajadores, quienes comenzaron a ejercer el poder, democrática y colectivamente, a través de consejos populares; en contraste con la dictadura, también de clase, de la burguesía, ejercida por una ínfima porción de la población.
Se trataba de un nuevo tipo de Estado, controlado por la clase obrera y el pueblo oprimido, basado en soviets que tenían mandatos revocables en cualquier momento y donde su remuneración no superaba el salario de un obrero calificado. Así, eran los “de abajo” quienes debatían y resolvían todo lo que tenía que ver con el rumbo de la vida, desde el plan económico para el país hasta sus aspectos más cotidianos.
Los derechos civiles se ampliaron en una escala que no existía en el resto del mundo. Por ejemplo, ya no le correspondía al Estado interferir en materia sexual, salvo en casos de daño o violencia, y antes que cualquier potencia capitalista despenalizó a las personas LGBTI+ y permitió a las personas transexuales someterse a procedimientos de reasignación sexual y utilizar sus nombres sociales.
El Estado Soviético también otorgó amplios derechos a las mujeres, comenzando por el aborto, pero extendiéndose a los servicios públicos colectivizados, como lavanderías, restaurantes y guarderías, que les quitaran de sus manos el trabajo doméstico.
También hubo una enorme explosión creativa en la Cultura, el Arte y las Ciencias y una revolución completa en el sistema educativo. Ninguna nación en el mundo había logrado tanto en tan poco tiempo.
La contrarrevolución estalinista y la restauración del capitalismo
Después de tomar el poder, los bolcheviques intentaron exportar la revolución socialista a Europa, pero esta fue derrotada por la reacción de los capitalistas. Esto dejó a la joven república soviética aislada y teniendo que enfrentar una encarnizada guerra civil contra la burguesía y contra el intento de invasión militar de las potencias capitalistas.
La derrota de la revolución mundial y los años de guerra que siguieron, que consumieron a una gran parte de la vanguardia que había hecho la Revolución, contribuyeron a la burocratización de la URSS y del partido bolchevique, mediante el surgimiento de una camada cada vez mayor de funcionarios oportunistas.
En el centro de esta historia está la infame figura de Joseph Stalin quien, especialmente después de la muerte de Lenin en 1924, se apoyó en estas camadas sociales, profundizó la burocratización y se atrincheró en el poder, destruyendo por completo aquello que había llevado al pueblo ruso a la revolución: la idea de que todo el poder debía ser ejercido por los soviets.
En este proceso, Stalin creó la ideología del “socialismo en un solo país”, utilizada para garantizar los privilegios de los burócratas; o los Frentes Populares, que justificaban alianzas con sectores burgueses. Y, así, desmanteló conquista tras conquista, haciendo que todos los aspectos de la vida dieran un enorme paso atrás.
Nada de esto se hizo sin oposición. La principal de ellas, encabezada por Trotsky. Sin embargo, Stalin implementó una sangrienta contrarrevolución, asesinando o arrestando a miles de dirigentes, cuadros y militantes bolcheviques. Trotsky, asesinado en 1940, cuando se encontraba exiliado en México, fue la última de sus víctimas.
Wilson Honório da Silva es integrante de la Secretaría Nacional de Formación del PSTU Brasil.
Artículo publicado originalmente en 2023.
Republicado en: www.opiniaosocialista.com.br, 25/10/2024.-
Traducción: Natalia Estrada.