Inicio En este país EL MES DE JULIO CELEBRAMOS 50 AÑOS DE LA FUNDACIÓN DEL PST

EL MES DE JULIO CELEBRAMOS 50 AÑOS DE LA FUNDACIÓN DEL PST

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En las fiestas patrias de 1974, un grupo de jóvenes militantes entre los que se contaban varios obreros, acordaron fundar el Partido Socialista de los Trabajadores, PST, para construir una dirección que llevara a cabo la revolución socialista en nuestro país.

50 años después nos aprestamos a celebrar un nuevo aniversario de nuestro partido. Es evidente que cumplir medio siglo, no es poca cosa en la vida de un partido que política, programática y organizativamente, y con una moral a la medida de su objetivo trazado, se propone como objetivo disputar la dirección del movimiento de masas para dirigirlas hacia su verdadero objetivo que es la toma del poder.

En esta larga historia, que es parte de la historia de la lucha de clases en el Perú con sus triunfos, derrotas y frustraciones, y en particular de la clase obrera que es donde nos construimos con prioridad, se han sucedido numerosos hechos cualitativos en el país y el mundo, hechos como aquellos que llevaron a la casi totalidad de la izquierda a cuestionar la vigencia de la revolución y del socialismo y a pasarse al reformismo.

Estos cambios crearon en nuestras filas infinidad de discusiones, con momentos de crisis, retrocesos y recuperaciones, en las que hemos tenido que actualizar nuestro programa de la mano de nuestra internacional, tarea en la que aún nos encontramos. No podía ni puede ser de otra manera. No somos un aparato sino una organización viva de hombres y mujeres, que al proponernos dirigir a los trabajadores necesitamos validar en la realidad nuestra teoría y programa. El solo hecho que estemos celebrando nuestro 50 aniversario reafirmando la estrategia fundamental del programa con la que nos fundamos, la revolución socialista, habla de un balance positivo de todo el camino recorrido.

Haremos esta celebración con una serie de actividades a lo largo de los siguientes meses. Pasaremos revista a nuestras filas. Afiataremos nuestra organización y planes para fortificarnos. Recordaremos a los camaradas que están en el retiro pero que fueron leales, como a aquellos que perdieron la vida militando con nosotros. Pero también haremos una reflexión crítica de nuestra historia. No somos dogmáticos sino marxistas, y como tales nos analizamos aplicando las mismas herramientas científicas con las que analizamos a nuestros enemigos de clase. Se trata de aprender o reaprender de una rica experiencia de 50 años del partido y de la lucha de clases, y compartirlo con los activistas más honestos, para refrescar nuestro programa y estrategia con vistas a reforzar nuestra construcción en los siguientes años.

Haremos esta reflexión con una serie de artículos abordando temas que consideramos fundamentales para comprender nuestra historia, y que hacen a los principales debates del movimiento obrero y la llamada izquierda.

En esta primera parte vamos a reflexionar sobre el problema central de por qué persistimos en construir un partido revolucionario en el Perú, en una época en la que ya casi nadie cree en la revolución y menos en uno de tipo socialista dirigido por la clase obrera. Este primer tema lo desglosaremos en dos partes: Primero, pese a los cambios fundamentales en la época o etapa de la lucha de clases que han llevado a la mayoría de la izquierda a plantear la reforma del sistema, ¿por qué siguen vigentes la revolución en el Perú y la necesidad de construir un partido revolucionario para llevarla a cabo? La segunda: ¿la tarea central es participar en las elecciones, como dice el 99% de la izquierda, o intervenir en la lucha de clases para impulsar la movilización y construir un partido revolucionario proletario, como afirmamos nosotros? 

Estos temas, que pueden ser de perogrullo para un militante o simpatizante identificados con el partido y su programa, es evidente que no lo es para los activistas de la juventud y de la clase obrera. Ellos construyen su consciencia en la realidad misma, y ésta se determina por la correlación de fuerzas entre las clases. Por eso que dependiendo de sus cambios, una etapa o situación puede ser revolucionaria o contrarrevolucionaria, o simplemente no revolucionaria, y a cada una de estas situaciones le corresponderá diversas creencias e ideologías, donde, como dice Marx, la dominante siempre será “la ideología de la clase dominante”.

El tema de la vigencia o no de la revolución cobra actualidad por la situación que atravesamos luego del retroceso (o derrota) de la rebelión que recorrió el sur peruano, y que ha producido profunda desazón de amplios sectores obreros y populares en la izquierda haciendo confusa la perspectiva y la salida que se necesitan. Esto es, se ha producido un problema de consciencia en las mayorías justo cuando asistimos a una crisis que muestra la inviabilidad de un sistema que cada día nos arrastra hacia abajo, cuando la realidad muestra de manera testaruda la necesidad de la revolución y del partido que la lleve a cabo. Esta es la importancia del tema que aquí abordamos.

I.  ¿POR QUÉ PARA EL PST LA REVOLUCION SOCIALISTA ES Y SIGUE SIENDO NUESTRO OBJETIVO PRINCIPAL?

El PST se fundó en 1974 en una época revolucionaria mundial iniciada con la Revolución Rusa de 1917 y que se extendería al mundo entero. En Latinoamérica la revolución cubana de 1959 daría impulso a una auténtica ola revolucionaria continental con insurgencias, guerrillas y movilizaciones de masas donde tenía protagonismo la clase obrera, planteando la cuestión del poder.

La situación misma del país era revolucionaria. Signada por una grave crisis estructural y crisis de dominio de la burguesía, que con una dictadura militar represiva enfrentaba un proceso de ascenso, la revolución no era un sueño sino una posibilidad real. La característica más importante de esa situación era el giro de amplios sectores de clase media hacia la revolución, y la emergencia de una corriente revolucionaria de masas que ponía en pie organismos de poder (asambleas populares, frentes de defensa) y llenaba de militantes a los partidos de izquierda. En este mismo proceso, nuestro mismo grupo embrionario llegaría a implantarse en sectores de la juventud y del movimiento obrero, alcanzado una acumulación militante con la que proclamaría su fundación.

En este proceso, la mayoría de la izquierda de origen pequeñoburgués y vertiente stalinista, maoista y castrista, buscaba reeditar la experiencia de Cuba o China, de las llamadas revoluciones “populares” que recorrían el mundo, y que habían tenido como actores centrales al campesinado y al pueblo y no a la clase obrera. El PST, en cambio, impulsaba una revolución de carácter socialista y de clase, buscando retomar el camino iniciado por la Revolución de Octubre de 1917 (después degenerada por el stalinismo), donde la clase obrera había tomado el poder bajo la dirección del partido de Lenin y Trotsky.

Teníamos el convencimiento (con nuestra internacional), de que aquellas eran revoluciones desfiguradas y burocratizadas que frenaban la revolución mundial, y confirmaban la estrategia o necesidad de hacer una revolución dirigida por la clase obrera que estableciera un verdadero estado obrero como parte de la revolución socialista latinoamericana y mundial. Por eso nos propusimos, a diferencia de toda esa izquierda, construir un verdadero partido obrero, como parte de una organización revolucionaria mundial, para llevar a cabo la revolución socialista en nuestro país.

Si embargo, la etapa revolucionaria mundial se cerraría en el mundo y en Latinoamérica entre 1989 y 1991. No se produjo ni la revolución “popular” ni “obrera” y todo el proceso revolucionario –el más rico de nuestra historia republicana–, sería derrotado. La etapa se cerraría con la elección de Alberto Fujimori en 1990; poco después, en 1992, la situación incluso se haría reaccionaria y duraría hasta el año 2000. ¿Cuál sería el nuevo escenario?

Una nueva etapa neoliberal

Fujimori no solo cerraría la etapa revolucionaria anterior sino la derrotaría con una combinación de acciones represivas (derrotas de movimientos sociales, derrota y desarticulación de los grupos armados) y de contrarreformas estructurales de sello neoliberal que cambiarían a la clase trabajadora. Los cambios fueron de shock y se realizaron en varios años. El imperialismo aún hoy los recuerda como un modelo a seguir, y lo recomienda para las crisis que atraviesan a países como Argentina. Se liquidarán las empresas públicas que representaban el 60% de la economía nacional y toda la industria de sustitución de importaciones, se entregarán los servicios públicos a los capitales monopólicos, se abrirá la economía a la inversión extranjera orientándola nuevamente a la producción primaria exportadora, y se reinsertará al Perú al mercado mundial en condiciones subordinadas y sin soberanía, creando un modelo más dominado por el imperialismo y con predominio de los monopolios y oligopolios.

El ajuste implicaría un costo social sin precedentes: cierre masivo de fábricas, privatización y más precarización de los servicios públicos, despidos masivos, empobrecimiento general. En realidad, Fujimori no haría nada nuevo, solo seguiría la onda neoliberal que impulsaba el imperialismo para salir de su largo ciclo de crisis facilitando un nuevo saqueo y recolonización de los países más pobres.

La otra cara de este cambio sería la creación de un inmenso mercado informal (con la careta de “emprendimiento” que se les dio a las economías de sobrevivencia), como forma de descomprimir la carencia estructural de empleo y, sobre todo, de empleo de calidad. Se formó así una nueva clase trabajadora donde más del 70% es informal, y aún dentro de la “formalidad” una gran mayoría será precarizada, restringiendo al mínimo su organización, lucha y la construcción de su consciencia de clase.

El ajuste logrará estabilizar la economía, pero solo empezará a mostrar resultados años después, con el crecimiento que motoriza la economía de China por dos largas décadas. La economía mundial entra a una etapa de expansión debido a la incorporación al mercado de un tercio de la humanidad conformado por los ex “estados socialistas”, de economías atrasadas y con inmensa mano de obra barata, y especialmente de China, el más poblado del mundo. En las nuevas condiciones de apertura y liberalidad del mercado, la expansión traerá masivas inversiones al país que impulsarán el crecimiento a lo largo de dos décadas, a un promedio anual del 6% del PBI. La sensación que esto crea en las clases sociales es de progreso y confianza en el futuro.

En realidad, los grandes lucros generados en este nuevo ciclo solo beneficiarán a los grandes capitales imperialistas y grupos monopólicos locales, y enriquecerá a un sector de clase media. El crecimiento apenas chorreará sobre las mayorías pobres, pero sin cambiar su estatus sino afirmando los abismos sociales preexistentes, la desigualdad, la estratificación de clase y la marginación y explotación del campo. Se configura así una sociedad con islas donde se respiran abundancia, modernidad y lujo, en un mar de pobreza y pobreza extrema.

Sin embargo, la sensación creada será usados para confirmar el discurso oficial de que la vía para salir de la pobreza no eran la revolución o la insurgencia, y ni siquiera la lucha por mejorar la vida reformando al modelo, sino el neoliberalismo, el libre mercado y el esfuerzo individual para hacerse rico.

La relativa y contradictoria prosperidad que muestran los países donde se implementa el mismo modelo, en especial los llamados ex “socialistas”, sirven al propósito de confirmar su viabilidad. El caso más espectacular ha sido la transformación de la República Popular China. Siendo el país más poblado del mundo y esencialmente campesino y atrasado, China transitó al capitalismo a velocidad luz, en pocos años fue convertido en una fábrica mundial y hoy en una potencia que aparece disputando mercados a EEUU y los demás imperialismos; hasta se le ve como el próximo nuevo amo. Entonces, ¿China no muestra que es posible salir del atraso y construir una gran nación simplemente aplicando las recetas del libre mercado? Si el modelo neoliberal hizo crecer la economía nacional a tasas sin precedentes durante casi dos décadas, ¿por qué no puede ser posible retomar ese nivel de crecimiento abriendo más la economía, para seguir el camino chino? Estos son algunos de las ideologías más usadas estos años en la línea de que tendremos un futuro mejor con más neoliberalismo.

Así, en amplios sectores de clases medias y de la población trabajadora en cuyas consciencias antes anidaba solo la esperanza de la revolución, ahora logran que anide neoliberalismo puro, y a lo más la esperanza de su reforma para alcanzar una vida mejor. El predominio de esta ideología construida en toda esta etapa a escala mundial, será recordada en particular en los momentos de crisis, como las que se han sucedido en el último decenio, para evitar la apertura de una situación revolucionaria. No es casual que de los sectores sociales medios y marginales se apoye su continuidad, y que en la inmensa masa de informales siga predominando la creencia de que rompiéndose el lomo todos los días un día despertarán convertidos en nuevos ricos. Estos cambios de percepción y de consciencia, una característica fundamental de la nueva etapa, le ha dado sostenibilidad y continuidad al sistema establecido, al menos hasta hoy.

El impacto del derrumbe del campo “socialista”

En la misma etapa que historiamos, en los años 89-91, cayeron la ex URSS y el “campo socialista” de Este de Europa, y se había restaurado el capitalismo; luego China y Cuba le seguirán los pasos impulsando la restauración desde el mismo estado controlado por los partidos comunistas. Este escenario, que implicó el fin del “socialismo”, esto es stalinista y de férreas dictaduras burocráticas, fue presentado al mundo por los inmensos aparatos de propaganda de la burguesía, como la prueba contundente de su fracaso. Lo hicieron ocultando el hecho de que desde el mismo campo marxista fuertes corrientes cuestionábamos a esos regímenes, luchando por otra revolución que estableciera la democracia obrera en ellos.

Las direcciones predominantes del movimiento de masas reforzarán el discurso oficial sobre el “fracaso del socialismo”. Al quedar huérfanas como ex agencias de Moscú, Pekín y La Habana, abandonarán sus proyectos “revolucionarios” y pasarán a defender la restauración y al mismo capitalismo en el mundo, planteando reformarlo y hacerlo más “humano”; programa que simplificaron en el lema “un mundo más justo es posible”.

Al mismo tiempo, al haberse alejado el fantasma de la revolución, el imperialismo ya no necesitaba promover golpes militares ni dictaduras para controlar las crisis políticas y sociales, y pasará a priorizar la democracia burguesa como el mecanismo institucional para contrarrestarlas y darles estabilidad a su sistema. Con esta “democracia”, en verdad una careta, porque mantiene su esencia autoritaria, represiva y de recorte de libertades fundamentales cada que la burguesía lo necesita, no solo se alinearán viejos represores y genocidas, sino la misma izquierda. Ahora que se trataba de reformar al sistema, había que participar en él.  

Por eso se produce la integración de las direcciones y la vieja izquierda al sistema democrático burgués. Los partidos y hasta ex guerrilleros ingresan a gobernar y a ocupar cargos parlamentarios, colocando el prestigio ganado por muchos de ellos al servicio de reforzar la confianza de las masas en dichas instituciones. Con este cambio de bando, de opositores a defensores del Estado burgués, ellos pasarán a colaborar con la burguesía y el imperialismo en el sostenimiento del sistema de economía neoliberal y de falsa democracia, esencialmente antiobreros y antipopulares. Así podemos entender el cambio de la política imperialista hacia nuestros países. Por ejemplo, en Chile en 1971, el imperialismo promovió un golpe militar sangriento contra Salvador Allende para cerrar la etapa revolucionaria; hoy, por el contrario, apoya al gobierno “izquierdista” de Miguel Boric, que le sirve a su propósito de controlar y cerrar la ola revolucionaria que atravesó al país y que lo encumbró en La Moneda. Igual ocurre con Lula en Brasil y aquí sucedió lo mismo con Pedro Castillo, primer presidente de izquierda incluso acusado de estar vinculado al Movadef, ambos apoyados por el imperialismo en tanto se disciplinaban al orden y sus reglas de juego. Este es el nuevo rol de las direcciones.

Debido a este cambio, desde la “nueva” izquierda de Susana Villarán y Verónika Mendoza hasta los viejos del PC, Patria Roja, ex SL, ex MRTA y castristas de todo pelaje, pasan a tener como actividad central intervenir en las elecciones para ocupar cargos en el estado. Esta estrategia es compartida hasta por los que fungen de “radicales” como autollamados guevaristas y los herederos de Sendero. La “nueva” izquierda lo hace con discursos ecologistas o feministas, y los “radicales” abanderando al Che, Castro y Mao. Pero lo cierto es que, más allá de sus disputas y rupturas esencialmente por cargos, todos convergen en lo esencial, como se vio en su apoyo común a Pedro Castillo y su integración a su gobierno de colaboración de clases.

Los principios sagrados que el imperialismo y la burguesía defienden son pues el libre mercado y la democracia burguesa, algo así como el santo grial del capitalismo hoy. En la nueva etapa la llamada izquierda, de oponerle la alternativa de la revolución al capitalismo pasa a integrase a su sistema, haciendo suya esos dos principios. De este modo, la democracia burguesa de hoy funciona con la colaboración plena de las direcciones del movimiento de masas, y más, ellas pasaron a ser sus principales defensores, incluso con propuestas de reforma (construcción de ciudadanía, dicen) para hacerla más legítima a los ojos de los trabajadores.

La fuerza ideológica que recrea el nuevo consenso no es poca cosa. Llegará hasta a arrastrar a sectores honestamente revolucionarios y combativos, volviéndolos reformistas de hecho o encubiertos. Algunos cederán con el pretexto de “aprovechar las oportunidades”, como hizo Enrique Fernández Chacón, ex PST y presuntamente revolucionario, que ocupó una banca parlamentaria por el Frente Amplio (ahora extinto), un partido ecologista pequeñoburgués y extraño a la clase obrera. Otros, como la luchadora obrera Isabel Cortés, ingresarán al parlamento predicando proyectos de ley favorables a los trabajadores. Son posturas que tendrán impacto profundo sobre la consciencia de amplios sectores obreros y de luchadores, que son llevados a confiar en el parlamento burgués y en el Estado para la solución de sus problemas, en lugar de priorizar su movilización independiente.

Con la adaptación de toda la izquierda vieja y nueva al capitalismo neoliberal y a su sistema democrático burgués (con la solitaria excepción del PST), se refuerza o hace más creíble el discurso único de la burguesía y del imperialismo, sobre la inviabilidad de cualquier otra alternativa, creando una falsa consciencia que da soporte social y político al nuevo orden. Por eso también se explica que, en esta nueva etapa, se produzcan crisis y luchas muy profundas, pero sin que puedan saltar a convertirse en conscientemente revolucionarias, permitiendo que la burguesía las pueda encausar por dentro de su gran acuerdo.

No obstante, la caída de esos enormes aparatos que gobernaban un tercio del mundo, sobre todo en la ex URSS y en el Este de Europa y que fue llevada a cabo por el movimiento de masas, tuvieron un signo positivo porque derrocaron verdaderas dictaduras disfrazadas de “socialismo”, y porque asestaron un golpe fenomenal sobre los aparatos que controlan en el mundo a las organizaciones de los trabajadores. Sin embargo, este signo liberador que abre la posibilidad de poner en pie de nuevas direcciones revolucionarias y rescatar el verdadero socialismo, ha demostrado que es un proceso más lento de lo que nosotros mismo imaginamos al inicio.

La consciencia revolucionaria de la lucha por una nueva sociedad derrocando al Estado y expropiando a los capitalistas en la etapa actual, ha quedado pues reducido a su defensa por grupos pequeños como el nuestro, haciendo más titánica la labor de convencimiento de nuestras consignas y programa.

Recolonización y caricatura de democracia

En nuestro folleto Bicentenario: 200 años de resistencias y luchas, hicimos hace algunos años un balance de 30 años de neoliberalismo en el Perú y llegamos a la conclusión categórica de que los problemas que nos aquejan hoy no solo son los de siempre, sino que son más graves.

Más del 30% sigue viviendo en la pobreza y cerca al 20% en pobreza extrema. La desocupación (más del 14%) se hizo estructural y ahora domina el semiempleo y la informalidad con más del 75% de la PEA; de los que son formales 3 de cada cuatro son tercerizados. Dentro de esta “informalidad” cobran peso significativo la economía que impulsan el narcotráfico, la minería y la tala ilegales y el crimen organizado. Se conformó así una nueva clase trabajadora de carácter precario y pobre. Los servicios sociales como educación y salud siguen siendo calamitosos: en educación seguimos a la cola a nivel mundial, y en salud la mejor prueba fue la pandemia del Covid 19 donde Perú produjo la tasa de muertes por millón de habitantes más alta del mundo. La pobreza se concentra en las grandes urbes, pero golpea más en el campo y sobre todo en el sur andino y en la Amazonía, donde 7 de cada 10 niños menores sufren de anemia, entre otros flagelos que deja el capitalismo de moda. Asimismo, sectores cada vez más numerosos de la población se acercan o ya viven en la barbarie, cuya expresión más dramática son el aumento del feminicidio y la violencia machista, al mismo tiempo que crece la delincuencia, la inseguridad y el crimen.

La otra cara de esta realidad es que las grandes riquezas generadas en dos décadas de crecimiento fugaron al exterior, y la otra parte la acaparan 17 familias con control monopólico y oligopólico de las principales actividades económicas, con rentas que alcanzan a toda la riqueza que el país produce en un año.

Todo este sistema brutalmente desigual solo será exitoso en el imaginario social y en especial en el de las clases medias. La pandemia del Covid 19 se encargará de mostrar su profunda fragilidad cuando un gran sector de las “clases medias”, niña mimada del modelo, fue empujado a la quiebra masiva, la mitad de la clase trabajadora fue echada a la calle, y todos ellos ellos junto a los pobres fueron condenados a morir por el virus o por hambre. Mire desde donde se le mire, el modelo neoliberal solo hizo más rico a los grandes capitalistas, profundizó el atraso del país de tal manera que no tenemos una economía nacional propiamente dicha sino colonizada o dependiente del imperialismo, creó una clase trabajadora predominantemente pobre e informal y el campo fue dejado en abandono.

En cuanto a la democracia burguesa, el balance no es mejor. Se reveló como una careta que solo sirve para enmascarar a un régimen esencialmente autoritario y represivo que, cada que lo necesita, saca las garras para garantizar el funcionamiento del modelo y a sus beneficiarios, dejando sangre y dolor entre los que luchan o reclaman. La llamada “democracia”, para las mayorías, se reduce al derecho a votar cada cierto tiempo, y las autoridades elegidas que normalmente burlan sus promesas, son repudiadas masivamente. Al mismo tiempo, el discurso antiterrorista se institucionalizó para etiquetar como tales a los que luchan, y combinados con los prejuicios raciales de la gran burguesía, se usan como justificativos para la represión indiscriminada que se desata contra toda lucha, sobre todo en el campo. Los reclamos democráticos de una nueva constitución vía una Asamblea Constituyente o toda pretensión de introducirle cambios desde el movimiento de masas, también son etiquetados de la misma manera; mientras el Congreso, con una mayoría espuria, puede aprobar cambios fundamentales conforme a sus intereses.

Si se pretendió crear una “república de ciudadanos” el neoliberalismo sólo nos trajo una reedición aumentada y más pueril de república aristocrática que gobernó el Perú hace un siglo, la república de los hacendados, mineros y agroexportadores que son los mismos grupos que hoy ejercen el poder. La actuación del gobierno Boluarte en la represión criminal de las protestas del sur causando medio centenar de víctimas bajo la forma de ejecuciones sumarias, es una muestra del tipo de democracia establecida.

Esta forma de funcionamiento del régimen, junto al “enriqueceos” del discurso neoliberal, por último, abrieron las compuertas para el crecimiento de la megacorrupción que afecta a todo el Estado y los partidos del orden, de derecha e izquierda, haciéndola endémica y prácticamente sin solución.

De todo esto no se salva ni el medio ambiente, donde pese a los compromisos suscritos por el Estado peruano, se sigue deforestando la Amazonía, ahora con una nueva norma que la propicia, mientras sigue creciendo la tala ilegal como la minería ilegal sin que se haga nada para evitarlos, y alentando nuevos proyectos mineros. 

Reformismo sin reformas

En este contexto de fracaso y decepción para las mayorías pobres, con el neoliberalismo y de su régimen de democracia burguesa, ¿cuál fue el papel del nuevo reformismo? ¿Qué fue de su propuesta de darle un “rostro humano” al modelo económico y de democratizar al régimen “construyendo ciudadanía”?

El reformismo en el movimiento obrero surgió en la etapa de ascenso del capitalismo (fines del siglo XIX y principios del XX), y se basaba en algo real: era posible obtener mejores condiciones de vida para la clase trabajadora. Pero esa fase concluyó con el surgimiento del imperialismo que anuncia el inicio de la decadencia del sistema capitalista y abre una época revolucionaria donde la principal tarea pasará a ser construir partidos y una Internacional para hacer la revolución, caracterizaciones que serían confirmadas por los eventos que llevan al triunfo de la Revolución Rusa de 1917 y las que se extienden a lo largo del siglo XX. El “reformismo” devendría en contrarrevolucionario y será combatido ferozmente por los marxistas.

Sin embargo, sin que haya cambiado esta época sino solo la correlación de fuerzas que permitieron el auge neoliberal, casi toda la izquierda se hace reformista, y pasa a convertirse en un puntal del orden, con el librero de “otro mundo es posible” o de humanizar al sistema capitalista e imperialista. Sin duda alguna, un absurdo por donde se le mire, pero un discurso útil para engañar a las masas y servir mejor a la burguesía luego que “enterraron” al socialismo. 

Los ejemplos de estas políticas vergonzantes son abundantes y están presentes aquí y en todo el mundo. Por ejemplo, ¿qué hizo Susana Villarán en la alcaldía de Lima? No realizó ninguna “reforma”. ¿Qué hizo Ollanta Humala? Renunció a su programa de “la gran transformación”, incluso antes de sentarse en Palacio. Pedro Castillo firmó junto a Keiko Fujimori y antes de la segunda vuelta el llamado “Compromiso por la Democracia”, comprometiéndose a no realizar ningún cambio. Todos, en las alcaldías, en el parlamento y en el gobierno, se disciplinaron al régimen y al modelo neoliberal, olvidando sus prometidas “reformas”. Todos se mostraron capitulando al imperialismo, cuya categoría incluso borraron de sus programas. Incluso, cuando necesitaron salir en defensa del orden ante las amenazas que representaban las luchas en respuesta a las promesas incumplidas, apelaron a la represión y al recorte de libertades como cualquier gobierno burgués.

¿Qué hicieron los parlamentarios de izquierda como Fernández Chacón o Isabel Cortez que en sus campañas ofrecieron de todo para resultar elegidos? Tampoco nada. Solo fueron útiles para reproducir las ilusiones de que los cambios pueden provenir del parlamento y no de las luchas.

Muchos de los nuevos líderes de esta nueva y vieja izquierda han sido tan leales al modelo que incluso muchos de ellos hicieron parte de la megacorrupción, razón por la que hoy se encuentran procesados o en la cárcel. Lo esencial aquí es que, aun cuando estos personajes fueran “honestos” — como se dice desde esos sectores del ex presidente de izquierda uruguayo Pepe Mujica–, todos colaboran con la burguesía y el imperialismo y no aportaron ningún cambio en la vida de los trabajadores.

Así, su promesa de “otro mundo es posible” ha sido y es puro fraude. Un engaño consciente útil para conseguir votos y ocupar cargos en el Estado. Para peor, tras su fracaso y desnudado su fraude, lo único que traen es desazón y desconfianza de las masas en la “izquierda” en general, y le allanan el camino a la reacción burguesa que vuelve con más odio, en un ciclo que se repite y de cuyo juego ellos hacen parte.

Vigencia de la revolución

Esta realidad que no deja la etapa neoliberal y sus defensores. La misma situación se vive en Latinoamérica y en el mundo, mientras dicho sistema decae y produce caídas cada vez más espectaculares, arrastrando a los países más pobres a nuevas crisis y obligándolas a aplicar nuevos ajustes que los empobrecen más. En la disputa por los mercados, los conflictos imperialistas se agravan y aparecen nuevos y distintos tipos de guerras en varios con efectos catastróficos en todos los terrenos, con amenazas de su extensión global. La locura capitalista por ganar más, también produce graves daños al ecosistema y destruye al planeta.

Ante toda esta realidad del mundo neoliberal pero más imperialista que nunca, las masas no han dejado de luchar ni de producir nuevas revoluciones. La respuesta se extiende por todo el mundo con gigantescas movilizaciones, por ejemplo, estos días contra el genocidio israelí e imperialista en Gaza y en solidaridad con Palestina. Explotan rebeliones y algunos procesos revolucionarios en distintos puntos del planeta, en especial en Latinoamérica, haciendo frente a los planes de ajuste de las burguesías a tono con su modelo neoliberal. La caracterización marxista de que vivimos en una época de guerras y revoluciones y de que hay que prepararse para la revolución, muestra toda su vigencia en esta nueva realidad.

Los importantes cambios que dieron lugar a la nueva etapa o ciclo de crecimiento del capitalismo mundial, ahora se agotan. Ahora queda más claro que, estos cambios no fueron posibles por méritos del sistema, o como se dice, de su capacidad de “autoajuste”. No. Fue debido a la traición de las viejas direcciones que jugaron a su favor cuando, luego de fracasar su “socialismo” en el tercio del mundo, los llevaron de vuelta al capitalismo, contribuyendo a su recuperación, al mismo tiempo se colocaban al servicio del nuevo modelo de acumulación confundiendo y traicionando a los trabajadores. Así lograrían reequilibrar la situación mundial por un periodo que ahora se acaba, tendiendo todo a volver las crisis, guerras y revoluciones, signos distintivos de esta época actual.

Estas características generales son las que explican la propia situación nacional. Solo hay que ver la lucha que desencadenó el sur contra el régimen para reconocerlas plenamente. La lucha se realizó bajo las banderas de Fuera Boluarte, cierre del Congreso y Asamblea Constituyente, es decir, buscaba tumbarse al régimen sobre el que se asienta el modelo neoliberal y de recolonización. Se desencadenó cuando los más pobres concentrados en el sur andino, vieron frustradas sus esperanzas de cambio cuando se vacó al presidente Pedro Castillo, y se propusieron echarlo buscando con banderas de la democracia revolucionaria. Incluso sus métodos de lucha, de autoorganización y autodefensa y de lucha frontales contra el Estado y sus agentes represivos, fueron revolucionarios e impactaron al mundo.

El proceso no llegó a abrir una situación revolucionaria en el país por la traición de las direcciones que salieron a salvar al régimen, poniendo de relieve el papel que les corresponde en la defensa del régimen. Ellas la aislaron y dejaron la rebelión del sur a expensas de la represión, que no por casualidad fue una de las más sangrientas de los últimos tiempos e instigada por las clases altas. Así le infligieron una derrota política, y, aunque su retroceso refleja la profundidad y grado de represión desplegada, en esas regiones hoy solo se respira odio contra las élites, principalmente limeñas, incluida las direcciones traidoras, y sus banderas muestran su absoluta vigencia en cada manifestación o acto social.

Esta conflictividad ha dejado un régimen odiado y precarios, cada vez más descompuesto, que únicamente es sostenido por la traición y colaboración de las direcciones.

Esta experiencia muestra el camino que va a seguir el conflicto social en el Perú en los próximos años: no hay ninguna solución al interior del sistema sino todo es para peor. Ante su clamorosa precariedad, la respuesta de la reacción es monopolizar el poder y atacar, y el papel de las direcciones es colaborar con ella con la prédica de reforma del régimen. Pero ni la mano dura ni el maquillaje van a darle más respiro al régimen y la tempestad que se inició en el sur va a volver, espoleada por el agravamiento o profundización de los problemas que la originaron. La lucha podrá retroceder y tomarse un aliento, pero será retomada en algún momento.

Por eso creemos que en el Perú hay un proceso revolucionario en ciernes, y que vamos camino a su completa apertura en las calles y en la consciencia de amplias masas que en algún momento decidirán tomar en sus manos el control de sus propios destinos. Entonces, a la pregunta inicial: ¿está vigente la revolución en Perú? Sí, por supuesto que sí. Por ello también, está vigente y es más urgente que nunca la tarea de construir un verdadero partido revolucionario, una necesidad que estuvo lejos de la comprensión de amplios sectores de masas en el periodo anterior. Un partido revolucionario que la impulse y haga posible su realización victoriosa.

La segunda pregunta: Para construir este partido, ¿se debe priorizar la intervención electoral o la intervención en las luchas de la clase trabajadora? En consonancia con lo anterior, el centro es intervenir en la lucha de clases, para construir el partido y los organismos y consciencia de los trabajadores. No somos antielectorales: usamos todos los espacios formales, como las elecciones, para propagandizar nuestro programa revolucionario y educar a las masas trabajadoras en la idea de que lo principal es su movilización y lucha. Por ello denunciamos a toda la izquierda electorera que ha devenido desvergonzadamente en la pata izquierda del régimen, y en especial a aquellos que, utilizando su prestigio como luchadores, alientan ilusiones en la democracia burguesa solo con el propósito de alcanzar una curul parlamentaria.

Por todo esto podemos decir también que, gracias a que somos parte ser parte de la corriente revolucionaria que es la LIT CI, hemos podido comprender el signo de la etapa que atravesamos e identificar sus potencialidades revolucionarias, así como la vigencia de nuestro programa y estrategia, y mantener la construcción de nuestro partido como una organización revolucionaria.

El PST: pasando la prueba de la historia

Sin embargo, no vamos a subestimar que los cambios de tipo histórico que hemos descrito, trajeron golpes, presiones centrífugas y fuertes retrocesos sobre nuestra pequeña organización. En ella se inscribe la ruptura de nuestro partido el año 92, donde un grupo importante de camaradas pretendiendo defender ciertos principios, fue llevado a desaparecer. Explica también nuestra desarticulación durante la reacción de los años 90. Y desde el año 2000 iniciamos una etapa de rearme y reorganización, pero enfrentando numerosas dificultades para nuestra construcción, poniendo en evidencia sobre todo de una mejor comprensión de la etapa y sus particularidades, y de las tareas que nos corresponde realizar.

Entonces, si ubicamos en la línea de tiempo nuestro recorrido, tenemos que decir que la primera etapa en la que el PST da sus primeros pasos como partido revolucionario, de 1974 a 1990 (dieciséis años), representa un periodo corto pero al mismo tiempo intenso y rico en acontecimientos por su signo revolucionario.

El periodo posterior que dura 34 años, que es más del doble de aquel, no es de signo revolucionario, incluso se abre con el decenio dictatorial fujimorista de retroceso y derrota. Se han sucedido periodos de ascenso como el que llevó a la derrota de la dictadura, pero ha dominado la relativa y ahora precaria estabilidad. Esto significa que hemos mantenido nuestra construcción como partido revolucionario, en el periodo más largo, duro y lleno de dificultades.

Por esta razón el PST hoy constituye una vivencia clara de la lucha histórica de la clase trabajadora peruana de los últimos 50 años, y es una referencia fundamental para la construcción del partido de la revolución socialista en el Perú.

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